Brandon Sanderson se ha convertido en uno de los grandes nombres de la literatura fantástica en los últimos tiempos. Con su capacidad creativa brutal y con su espartana seriedad para el trabajo (a libro por año desde hace un tiempo y sin que eso merme la calidad de sus obras), se ha convertido en todo un referente a nivel mundial.
Pero no hablaré aquí de su obra, si no de una de sus teorías, la de las leyes de la magia que nos describe cómo podemos encarar, como escritores, la creación y el desarrollo de un sistema de magia para nuestras novelas y nuestros mundos.
Existen tres de dichas leyes. Hoy hablaré brevemente de la primera ley:
“La capacidad de un autor para resolver un conflicto con magia es directamente proporcional a lo bien que el lector haya comprendido dicha magia”.
Es decir, una novela debería ofrecer al lector una guía para saber qué pueden hacer los personajes gracias al uso de la magia. Deberían evitarse las acciones en las cuales un personaje salva una situación difícil o escapa de una amenaza usando un recurso que la magia pone a su alcance cuando nunca antes se ha mencionado dicho recurso en las páginas de la novela. Eso da empaque y coherencia al sistema de magia, lo que aumenta la credibilidad del mismo y, de paso, de toda la obra.
Si cada vez que el protagonista está en un apuro lo resuelve echando mano de un truco nuevo, el lector se sentirá defraudado, pues la magia se convierte en el salvavidas habitual del prota.
Por otro lado, Sanderson habla a grandes rasgos de dos sistemas de magia: dura y blanda. Hablamos de magia dura cuando sus límites y las normas que rigen su funcionamiento se explican con gran claridad y detalle. La alomancia que Sanderson describe en sus novelas de Nacidos de la bruma o la magia de simpatía en El nombre del viento, de Patrick Rothfuss serían dos ejemplos de magia dura.
En el otro extremo tenemos la magia blanda. En esta el funcionamiento general de la magia no se explica al lector, es una suerte de aura difusa que planea sobre las páginas sin una forma clara, envuelta en el misterio. La obra de Tolkien sería un buen ejemplo de este tipo de magia.
En el terreno intermedio tenemos también espacio para una mezcla de ambos tipos de magia. Esta tercera forma sería lo que podemos encontrar en Dugalia, donde las normas que regulan la magia (en este caso el uso del flujo) van apareciendo a pinceladas a lo largo de la obra, descubriendo poco a poco al lector algunas de las características del sistema mágico, pero sin delimitarlo demasiado.
Personalmente, me siento cómodo trabajando en un sistema como este, pues permite dibujar de manera somera tu sistema, definirlo a grandes rasgos, pero evita que el autor quede encorsetado por las normas como en la magia dura.
¿Y tú como lector? ¿Qué estilo de magia prefieres?
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