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Las palabras también tienen abuelos

Las palabras forman parte de nuestra realidad. Son la herramienta a través de la cual exteriorizamos todo lo de nuestro interior y reflejamos todo lo del exterior. Siempre están ahí. Cada día. Cada hora. Pero las usamos sin conocer, la mayoría de las veces, cuál es su pasado, cuál es la historia que las ha traído hasta nuestro tiempo, quiénes son sus antepasados, sus abuelos.

El libro The etymologicon, de Mark Forstyh, explica con un humor finísimo, el origen y la evolución de muchos términos. Se centra en el léxico de la lengua inglesa, pero siempre es posible encontrar en esta los reflejos de alguna palabra de nuestra lengua.

Es en sus páginas donde he descubierto, por ejemplo, que la heroina fue una marca registrada de Bayer, la farmacéutica que la inventó como alternativa a la morfina (nombre que, por cierto, proviene del dios Morfeo por su capacidad para inducir al sueño a quien la consume) para evitar la adicción que esta generaba; el nombre de heroina se les ocurrió cuando preguntaron a sus pacientes cómo se sentían al tomarla y la mayoría dijeron que se sentían como héroes.

Forstyh explica también, entre otras cosas, la relación entre el botulismo, causado por una bacteria que proliferaba en la carne de mala calidad que se usaba para la elaboración de salchichas (botulis, en latín), y el botox, que no es otra cosa que una cantidad mínima de dicha toxina que, inyectada en los músculos faciales, los paraliza dándole al rostro ese aspecto inmóvil que tanto gusta por esas tierras de Hollywood.

Desde luego, cuántas historias esconden las palabras…

Publicado enLibros

2 comentarios

  1. Carmelo Herrer Carmelo Herrer

    Muy interesante. Ya conocía los efectos de la toxina botulínica. Si supiera la gente lo que se inyecta…

    • La etimología podría enseñarles bastante a los usuarios del Botox, jajaja.

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