Quiero hablar de felicidad y bienestar, de esos raros e inesperados momentos en que enmudece la voz interior y uno se siente en paz con el mundo.
Quiero hablar del tiempo que hace a primeros de junio, de armonía y tranquilo reposo, de petirrojos y pinzones amarillos, de azulejos que pasan como flechas entre las verdes hojas de los árboles.
Quiero hablar de los benéficos efectos del sueño…de lo que ocurre cuando se sale a la luz del sol…
Quiero hablar de Tom y Lucy, de Stanley Chowder y los cuatro días que psamos en aquel albergue rural, de lo que pensamos y soñamos en alto en aquella colina al sur de Vermont.
Quiero recordar los cerúleos atardeceres, los lánguidos y rosáceos amaneceres, los osos gruñendo de noche en el bosque.
Quiero traerlo todo a la memoria. Si todo es demasiado pedir, entonces sólo una parte. No más que eso. Casi todo. Casi todo, con espacios en blanco para los recuerdos que falten.
Salimos al cosmos preparados para todo, es decir: para la soledad, la lucha, el martirio y la muerte.
La modestia nos impide decirlo en voz alta, pero a veces pensamos, de nosotros mismos, que somos maravillosos.
Entretanto, no queremos conquistar el cosmos, solo pretendemos ensanchar las fronteras de la Tierra. Unos planetas habrán de ser desérticos, como el Sáhara; otros gélidos, igual que el polo; o bien tropicales, como la selva brasileña.
Somos humanitarios y nobles. No aspiramos a conquistar otras razas. Tan solo deseamos transmitirles nuestros valores y, a cambio, recibir su herencia. Nos consideramos caballeros del Santo Contacto.
Esa es otra falsedad. No buscamos nada, salvo personas. No necesitamos otros mundos, necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno, ya nos atragantamos.
Te equivocas.
Aquí están los recuerdos de cientos de personas, sus vidas, sus sentimientos, sus ilusiones, su ausencia, los sueños que nunca llegaron a realizar, las decepciones, los engaños y los amores no correspondidos que envenenaron sus vidas…
Todo está aquí, atrapado para siempre.
Sabedlo: no existe la muerte instantánea.
Por una razón muy simple: porque la vida es fuerte, siempre es fuerte y robusta la vida.
La vida nunca se marcha tan tranquilamente. Siempre se muere con un dolor indecible, insuperable, inhumano, indecente.
Porque la vida es un logro de la resistencia ancestral contra los enemigos de la vida.
La ciudad soñada lo contenía joven; a Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos.
Comprendí entonces que el poder de una civilización es polvo en nuestras bocas, sombras en la pared que una espada poderosa puede borrar de un solo golpe.
Qué mundos tan diferentes. Mi México de exuberantes vergeles, aromáticos aires, de íntima unión con una naturaleza paradisíaca, y este, España, austero, pobre, de hidalgos altivos y sacerdotes intolerantes a los que vivir parece molestarles y que han convertido su Reino en un valle de lágrimas, de hogueras y penitencias, y donde los poderosos no desean ser protectores de débiles y compasivos, sino únicamente ricos.
Habíamos entrado en la inmensa llanura de Serengeti, la más grande concentración de animales salvajes. Mirásemos por donde mirásemos, por todas partes aparecían nutridas manadas de cebras, antílopes, búfalos, jirafas… Y todas estas bestias se pasan la vida paciendo, correteando, brincando y galopando. Unos cuantos leones permanecían inmóviles al borde de la carretera, algo más lejos se veía una manada de elefantes y mucho más alejado, casi en la línea del horizonte, un leopardo corriendo a grandes saltos elásticos. Todo aquello parecía increíble, inverosímil. Como si uno asistiera al nacimiento del mundo, a ese momento particular en que ya existen el cielo y la tierra, cuando ya hay agua, vegetación y animales salvajes pero aún no han aparecido Adán y Eva. Y precisamente aquí se contempla ese mundo recién nacido, un mundo sin el hombre, y por lo tanto sin el pecado; y es aquí, en este lugar, donde mejor se ve, y tal cosa es una experiencia inolvidable.
En los campos de concentración, por ejemplo, en aquel laboratorio vivo, en aquel banco de pruebas, observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de sus decisiones y no de sus condiciones depende cuál de ellas se manifieste. Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre.
Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida…
Entonces, tras haberse aislado ligeramente del tiempo, vio la última película, primero al revés, de fin a principio, y luego otra vez en sentido normal. Era una película sobre la actuación de los bombarderos americanos durante la Segunda Guerra Mundial y sobre los valientes hombres que los tripulaban. Vista hacia atrás la historia era así:
Aviones americanos llenos de agujeros, de hombres heridos y de cadáveres, despegaban de espaldas en un aeródromo de Inglaterra. Al sobrevolar Francia se encontraban con aviones alemanes de combate que volaban hacia atrás, aspirando balas y trozos de metralla de algunos aviones y dotaciones. Lo mismo se repitió con algunos aviones americanos destrozados en tierra, que alzaron el vuelo hacia atrás y se unieron a la formación.
La formación volaba de espaldas hacia una ciudad alemana que era presa de las llamas. Cuando llegaron, los bombarderos abrieron sus portillones y merced a un milagroso magnetismo redujeron el fuego, concentrándolo en unos cilindros de acero que aspiraron hasta hacerlos entrar en sus entrañas. Los containers fueron almacenados con todo cuidado en hileras. Pero allí abajo, los alemanes también tenían sus propios inventos milagrosos, consistentes en largos tubos de acero que utilizaron para succionar más balas y trozos de metralla de los aviones y de sus tripulantes. Pero todavía quedaban algunos heridos americanos, y algunos de los aviones estaban en mal estado. A pesar de ello, al sobrevolar Francia aparecieron nuevos aviones alemanes que solucionaron el conflicto. Y todo el mundo estuvo de nuevo sano y salvo.
Cuando los bombarderos volvieron a sus bases, los cilindros de acero fueron sacados de sus estuches y devueltos en barcos a los Estados Unidos de América. Allí las fábricas funcionaban de día y de noche extrayendo el peligroso contenido de los recipientes. Lo conmovedor de la escena era que el trabajo lo realizaban, en su mayor parte, mujeres. Los minerales peligrosos eran enviados a especialistas que se encontraban en regiones lejanas. Su tarea consistía en enterrarlos y esconderlos bien para que así no volvieran a hacer daño a nadie.
Los pilotos americanos mudaron sus uniformes para convertirse en muchachos que asistían a las escuelas superiores. Y Hitler se transformó en niño, según dedujo Billy Pilgrim. En la película no estaba. Porque Billy extrapolaba. Y se imaginó que todos se volvían niños, que toda la humanidad, sin excepción, conspiraba biológicamente para producir dos criaturas perfectas llamadas Adán y Eva.
—Si pierdes el temple antes de tocar fondo —dice Tyler— nunca lo conseguirás.
Sólo después del desastre podemos resucitar.
—Sólo después de haberlo perdido todo —dice Tyler— eres libre para hacer cualquier cosa.
El peligro era su mayor disfrute. Depuraba las preocupaciones del futuro y borraba los fracasos del pasado. Sólo quedaba el glorioso momento del ahora.
Si te conviertes en algo demasiado duro, acabarás siendo demasiado frágil. Porque, si algo de ti se rompe, se romperá todo lo demás.