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Categoría: Relatos

Recogiendo la cosecha

Las últimas semanas han traído varias pequeñas sorpresas. En primer lugar la futura publicación de El palacio de los siglos olvidados, una novela que tenía guardada desde hacía ya unos añitos. Decidí enviarla a un concurso de novela fantástica organizado por la editorial Malas artes, y cuál fue mi sorpresa al recibir contestación diciéndome que a pesar de no haber ganado había llamado la atención del jurado por lo que me invitaron a publicarla. Hemos superado la fase de preventas alcanzando las reservas mínimas, así que ahora comienza la aventura de una nueva publicación.

En segundo lugar, el relato que presenté al XXI Certamen de Literatura «Miguel Artigas» fue seleccionado como finalista. Tampoco gané, pero ser elegido uno de los 18 finalistas de entre más de 400 relatos presentados es una buena palmada en la espalda de mi ánimo de escritor.

Por último (esta vez sí que hubo premio), el I Concurso de microrrelatos «TERUEL CUENTA», en el que el mío resultó elegido como uno de los seis relatos premiados. Así que, sin más ni más, os dejo con él.


A muerte

Era el tercer vecino de la calle al que le tocaba ese mes, sin embargo esta vez fue muy diferente. Lo tenía frente a ella. Sentado en el sofá. Mirándola a los ojos. Jamás le habían sostenido la mirada con tal descaro. Con tal desafío. La Muerte se levantó y acabó su faena, fría y eficaz como siempre, pero aquel trabajo dejaría una duda clavada en su memoria. ¿Cómo podía nadie guardar semejante entereza mirándola a los ojos?

Tal vez no le habría dado tanta importancia al detalle de haber sabido lo cegato que era aquel anciano.

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El invierno

¿Os acordáis de aquel año, cuando el invierno no vino a vernos? Fue una cosa curiosa, un año diferente. Fue como si de camino hacia aquí el invierno se hubiese desviado hacia alguna otra dirección, como si hubiese cambiado de opinión y tomado otra trayectoria.

Parecía como si, en algún punto del camino, se hubiese extraviado, se hubiese desorientado y no hubiese logrado encontrar el modo de llegar hasta aquí.

Aquel año no se helaron las fuentes, los campos no se vistieron de blanco, si no que permanecieron verdes incluso en las noches de enero, y las hojas murieron de aburrimiento en vez de morir de frío.

Si, fue un año diferente. Tal vez el invierno, cansado de seguir siempre la misma ruta, pensó en un lugar cualquiera: — ¡Al carajo!

Y se dio la vuelta en ese mismo lugar.

Fotografía: Guada Caulín
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El abismo de la nada

También nosotras morimos de años. También nosotras tememos al reloj. También nosotras aprendimos que, entre días y noches, a veces cabe la alegría, y a veces sólo la tristeza.

Supimos de arrugas que marcaron nuestras pieles arcillosas, y de grietas, hijas del tiempo, que nos dieron el privilegio de la sabiduría, pero también la conciencia de la vejez.

Cansadas ya de contar inviernos, lentos, tediosos inviernos, hace mucho que descubrimos que el silencio es peligroso: es la forma que la nada tiene de hablarnos.

Y cuando al fin, nuestras vigas, nuestros techos, empezaron a ceder ante el peso de mil memorias acurrucadas entre las tejas, cuando se quebraron y la mirada inconmovible de las estrellas entró en nuestros interiores, ese día comprendimos que el tiempo es un abismo del que rara vez se escapa.

Fotografía: Guada Caulín
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Sombras, siluetas.

Avanzaba por la vida arrastrando una fría antología de derrotas junto a alguna dignidad y varias pequeñas victorias. Un millón de recuerdos con cuerpo de acuarela y la consistencia de un suspiro conformaban su tesoro más íntimo. Sombras, siluetas, sucesos que formaban el esqueleto de su pasado.

Así atravesaba los días, surcaba los meses, amontonaba los años. Dócilmente.

Poco a poco, en tardes llenas de calma que, siempre diferentes pero siempre iguales, se habían ido sucediendo— puesta de sol tras puesta de sol—, había ido olvidando lenta, muy lentamente en qué consistía el arte de la vida. Las viejas heridas del amor habían cicatrizado y acabaron por desaparecer. Ya ni rastro había de las huellas de mil pasiones que habían sido testigos de sus mejores noches.

La vida se le había convertido en una gris sucesión de jornadas encadenadas, sin más asomo de novedad que alguna punzada ocasional, algún recuerdo que amenazaba con volver de cuando en cuando (sombras, siluetas), algún resto de pasados naufragios que flotaba a la deriva devorado por el tiempo y por el sol.

Olvidado ya el arte de la vida, todo intento de alegría era perezosamente postergado para mañana. Y triste, muy triste era este caminar por pasillos de ceniza fría, pero más aún lo era su manera de enfrentar ese vacío: —No me importa—, se repetía una y otra vez. — No me importa.

Fotografía: Guada Caulín

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Cacería

Nuevo microrrelato para el reto del blog de Lidia. Me gusta la sensación de sacarle tanto partido a tan solo 100 palabras.


La flecha había sido forjada, le contaron, en un lugar de leyenda: la caverna de las ascuas. Fuego y poder conformaban su cuerpo. Ningún escudo, ninguna armadura había bajo el cielo capaz de resistirse al impacto de su punta, ningún enemigo que pudiese sobrevivir si era alcanzado por ella. Convertiría a su dueño en el más letal de los arqueros.

Ismael maldijo una y cien veces tras revisar su carcaj: la había lanzado por error contra aquel corzo el día de antes.

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Habitación 104

Estoy preparando una nueva incursión en la autopublicación. Llevo intención de publicar, de aquí a un tiempo, una recopilación de relatos cortos. Hoy os dejo por aquí una pequeña muestra, uno de esos relatos. Espero que os guste.

Habitación 104


Los ventiladores giraban lentamente en el recibidor del hotel tratando de mitigar el asfixiante calor que aquella mañana devoraba cada esquina de El Cairo.
—¿Su primera vez en la ciudad? —preguntó el recepcionista con una sonrisa mientras terminaba el papeleo y cruzaba su mirada con la del cliente. Era un hombre mayor, de unos sesenta o sesenta y cinco; una de esas personas que irradian calma y seguridad, con percha, como suele decirse. Pelo blanco y ligeramente rizado, complexión fuerte a pesar de los años, arrugas profundas, hijas de la experiencia.
En ese breve instante en el que las pupilas de ambos se encontraron, un chispazo invisible brilló en los dos pozos de veteranía que eran los ojos del anciano. De un color gris pálido casi blanco, la pregunta de aquel joven disparó en su cabeza un millón de recuerdos que desfilaron por su cerebro en una rápida sucesión durante unas décimas de segundo: un pasaporte falso, enemigos mortales tras cada mirada ajena, una turbia misión por cumplir, todas las esquinas de la ciudad ocultas gravemente bajo el humo del peligro, la sangre de su mejor amigo tornándose caliente y espesa en sus dedos mientras la vida de aquel se volvía fría y se diluía entre sus manos, lentamente, como arena que no puede retenerse.
Y también, en la habitación 104 de aquel mismo edificio, unos labios de mujer, aquel perfume cuyo olor no dejó jamás de perseguirle (no importaba dónde estuviese, ni las décadas pasadas desde su encuentro), aquella mirada que ocultaba más promesas y misterios de los que él mismo arrastraba. Un adiós doloroso como un cuchillo de hielo.

Todas esas memorias caminaron, etéreas y fugaces por su mirada, imperceptibles para el recepcionista, pero vivas y dolorosas para él, como si no fuese cierto que casi cuarenta años lo separaban de aquellas pasiones.
—Sí, mi primera vez —, respondió devolviéndole la sonrisa mientras recogía la llave de la habitación 104.

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El último puente a cruzar

Una manera muy interesante y entretenida de practicar nuestras habilidades literarias es la de participar en concursos por Internet.  Los hay de todos tipos y colores. En este caso, os traigo uno que he descubierto hace poco y que me ha gustado por su sencillez y originalidad. Se llama Escribir jugando, y lo he encontrado en el blog de Lidia Castro.

Tan solo hay que crear un poema o microrrelato de menos de 100 palabras relacionado con la imagen de un juego de mesa que nos propone Lidia. Aquí va mi aportación:

El último puente a cruzar


Ya mis días se agotan
ya el otoño me alcanza.
Aquí estoy, al fin, frente al ultimo puente.
A mi espalda, todo es pasado,
todo es recuerdo, olvido, nostalgia…
Como gemas sin brillo se tornan las vivencias,
se ha secado el tintero que alimentaba a mis noches.
Es tarde ya para sueños:
los que supieron cumplirse, forman parte del ayer,
los que no, son caminos viejos que el viento borró.
Solo me restan los últimos pasos.
Solo me queda este último puente.

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