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Categoría: imagenenpalabras

Foto

—Papá, ¿por qué fotografías las hojas? Solo son hojas.

El padre detiene un momento su movimiento a media altura camino de su cara, las manos portando la cámara. Piensa en la magia de la foto: capturar un instante que, de otro modo, se perdería ya para siempre. Como cada instante de este mundo, muriendo nada más nacer.

Piensa que congelar el tiempo, aunque solo sea una insignificante parte del tiempo, un minúsculo aquí y ahora, le acerca un poquito, de una compleja manera que ni él mismo llega a comprender, a la inmortalidad; le permite prolongar la lucha de aquellas hojas contra la muerte, invitar al otoño a quedarse un poco más en aquel parque.

Pero piensa también que los niños están, qué suerte, lejos de las nostalgias que el paso del tiempo arroja contra los adultos.

—Me gustan—, le responde situando su ojo en el visor, encuadrando y disparando.— ¿No te parecen bonitas?— le pregunta sonriéndole.

—Bueno… —contesta el niño mientras coge un palo del suelo y se aleja hacia el agua que, cayendo de la fuente, forma pequeños charcos en la arena a unos metros de distancia.

Fotografía: Guada Caulín

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El invierno

¿Os acordáis de aquel año, cuando el invierno no vino a vernos? Fue una cosa curiosa, un año diferente. Fue como si de camino hacia aquí el invierno se hubiese desviado hacia alguna otra dirección, como si hubiese cambiado de opinión y tomado otra trayectoria.

Parecía como si, en algún punto del camino, se hubiese extraviado, se hubiese desorientado y no hubiese logrado encontrar el modo de llegar hasta aquí.

Aquel año no se helaron las fuentes, los campos no se vistieron de blanco, si no que permanecieron verdes incluso en las noches de enero, y las hojas murieron de aburrimiento en vez de morir de frío.

Si, fue un año diferente. Tal vez el invierno, cansado de seguir siempre la misma ruta, pensó en un lugar cualquiera: — ¡Al carajo!

Y se dio la vuelta en ese mismo lugar.

Fotografía: Guada Caulín
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El abismo de la nada

También nosotras morimos de años. También nosotras tememos al reloj. También nosotras aprendimos que, entre días y noches, a veces cabe la alegría, y a veces sólo la tristeza.

Supimos de arrugas que marcaron nuestras pieles arcillosas, y de grietas, hijas del tiempo, que nos dieron el privilegio de la sabiduría, pero también la conciencia de la vejez.

Cansadas ya de contar inviernos, lentos, tediosos inviernos, hace mucho que descubrimos que el silencio es peligroso: es la forma que la nada tiene de hablarnos.

Y cuando al fin, nuestras vigas, nuestros techos, empezaron a ceder ante el peso de mil memorias acurrucadas entre las tejas, cuando se quebraron y la mirada inconmovible de las estrellas entró en nuestros interiores, ese día comprendimos que el tiempo es un abismo del que rara vez se escapa.

Fotografía: Guada Caulín
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Hoy todo huele a silencio

Hoy todo huele a silencio.

El agua que arrastra hasta la piedras

una canción de color gris cansado.

Las nieblas que muerden los montes.

Varias aves que cantan desde inasibles rincones.

Un coche que pasa rasgando la bruma.

La lluvia que dibuja tristezas

sobre la piel del pantano.

Hoy el viento no es zarpazo;

no es ni siquiera caricia:

hoy es tan sólo un abismo,

amplio, callado, invisible.

Hoy la luz es portadora de nostalgias,

y se oxida un poco más con cada paso que se aleja.

Hoy todo huele a silencio.

Silencio: esa canción de nadie

que ya casi nunca escuchamos.

Fotografía: Guada Caulín

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Sombras, siluetas.

Avanzaba por la vida arrastrando una fría antología de derrotas junto a alguna dignidad y varias pequeñas victorias. Un millón de recuerdos con cuerpo de acuarela y la consistencia de un suspiro conformaban su tesoro más íntimo. Sombras, siluetas, sucesos que formaban el esqueleto de su pasado.

Así atravesaba los días, surcaba los meses, amontonaba los años. Dócilmente.

Poco a poco, en tardes llenas de calma que, siempre diferentes pero siempre iguales, se habían ido sucediendo— puesta de sol tras puesta de sol—, había ido olvidando lenta, muy lentamente en qué consistía el arte de la vida. Las viejas heridas del amor habían cicatrizado y acabaron por desaparecer. Ya ni rastro había de las huellas de mil pasiones que habían sido testigos de sus mejores noches.

La vida se le había convertido en una gris sucesión de jornadas encadenadas, sin más asomo de novedad que alguna punzada ocasional, algún recuerdo que amenazaba con volver de cuando en cuando (sombras, siluetas), algún resto de pasados naufragios que flotaba a la deriva devorado por el tiempo y por el sol.

Olvidado ya el arte de la vida, todo intento de alegría era perezosamente postergado para mañana. Y triste, muy triste era este caminar por pasillos de ceniza fría, pero más aún lo era su manera de enfrentar ese vacío: —No me importa—, se repetía una y otra vez. — No me importa.

Fotografía: Guada Caulín

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La espía

Jamás he vuelto a sentirme tan viva como durante aquel instante en el que salí de la habitación de aquel viejo general llevándome conmigo los secretos sobre sus planes. Hubiera gritado de euforia allí mismo.

Cuando me propusieron aquella locura un año antes me eché a temblar. Pero pronto descubrí que era buena. Muy buena.

Todo empezaba con la conversación: los temas precisos, con ciertas opiniones, a medio camino entre el atrevimiento y la controversia, solían ser el gancho perfecto para que se fijasen en mí. Mezclar las palabras con una frívola coquetería hacía que mis víctimas recordasen mi cara y mi nombre; así plantaba en ellos la semilla del deseo.

Pero también comprendí cuál era el arma perfecta de una buena espía. El golpe definitivo venía siempre desde la mirada.

Los gestos y las palabras contaban una historia, pero los ojos debían contar otra; debían convertirse en una invitación al misterio, en una bruma imposible de desentrañar, en un abismo donde caben todos los sueños del hombre.

Una vez logrado eso, aquellos pobres ilusos caían en mi red sin salvación posible.

Fotografía: Guada Caulín

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Abriendo la jaula

Para la mayoría de nosotros, durante muchas semanas han dejado de existir los lunes y los domingos. No importaba si era la lluvia o era el sol quien inundaba las tardes. El calendario y el mapa del tiempo formaban parte de la misma mancha abstracta. Ya no importaba.

Incluso el reloj ha perdido en parte ese poder con el que nos esclaviza siempre, con el que convierte en celdas casi todos nuestros días.

No puedes salir, nos dijeron. No puedes viajar. Prohibidos los abrazos. No puedes trabajar… nos dijeron. No puedes llenar los bares. No puedes tumbarte en los parques. Durante un mes y medio la vida se ha detenido y se ha transformado en una enorme prohibición.

Pero nadie nos dijo: No puedes soñar. No puedes reír. No puedes beber de la magia de los placeres menores. Así que nos quedaba eso. No hay virus sobre la tierra que pueda impedirnos mirar hacia arriba, escuchar la lluvia, ver temblar al viento o nacer al sol. Durante estas semanas hemos cantado, hemos hecho de los balcones nuestros nuevos bares, nuestros nuevos parques. Y en ellos hemos practicado también el largo juego de la paciencia mientras compartíamos la certeza de que pronto, muy pronto, España sería de nuevo un mar de jaulas abiertas.

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Encadenada

Libertad. Te tengo tan cerca y al mismo tiempo tan lejos… Puedo sentirte, verte, olerte, pero me temo que jamás podré vivirte.

Qué desquiciante tortura dormir bajo el inmenso azul del cielo, tocar la risa líquida del agua salada, recibir a diario los besos del sol y escuchar a cada hora la música que trae el viento sin poder partir y disponer de esos tesoros a mi antojo, donde yo lo desee. No conozco más mundo que el que creo con mis sueños.

Malditos sean todos mis eslabones y maldito también mi destino: qué gran pesar vivir por siempre anclada a este lugar y no poder partir si quiera para buscar imposibles: el leviatán, barcos fantasmas, o tal vez ¿qué se yo? Tal vez alguna hermosa sirena a la que amar a ciegas.

Fotografía: Guada Caulín
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BIENVENIDOS

Bienvenidos a este minúsculo rincón perdido entre las olas del inabarcable paisaje virtual. Las palabras se mezclan aquí, formando con su tinta desde pequeños charcos condenados a secarse bajo el calor del estío, hasta océanos de misteriosas profundidades.

Si quieres emprender conmigo el camino que lleva desde los versos hasta la fantasía, tan solo abre bien los ojos y disponte a seguirme.

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