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Categoría: Escritura

A las puertas del palacio

La publicación de mi nueva novela El palacio de los siglos olvidados está a la vuelta de la esquina, de hecho, la Editorial Malas Artes ha elegido el día 24 como fecha de salida de imprenta para el libro.

Comienza aquí una nueva aventura editorial después de un tiempo de parón. Todo mi agradecimiento tanto para Malas Artes, que ha creído en el potencial de esta novela y ha apostado por ella, como para cada uno de los lectores y lectoras que habéis apoyado el proyecto y hecho posible que este llegara a tomar forma. ¡Millones de gracias!!

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El invierno

¿Os acordáis de aquel año, cuando el invierno no vino a vernos? Fue una cosa curiosa, un año diferente. Fue como si de camino hacia aquí el invierno se hubiese desviado hacia alguna otra dirección, como si hubiese cambiado de opinión y tomado otra trayectoria.

Parecía como si, en algún punto del camino, se hubiese extraviado, se hubiese desorientado y no hubiese logrado encontrar el modo de llegar hasta aquí.

Aquel año no se helaron las fuentes, los campos no se vistieron de blanco, si no que permanecieron verdes incluso en las noches de enero, y las hojas murieron de aburrimiento en vez de morir de frío.

Si, fue un año diferente. Tal vez el invierno, cansado de seguir siempre la misma ruta, pensó en un lugar cualquiera: — ¡Al carajo!

Y se dio la vuelta en ese mismo lugar.

Fotografía: Guada Caulín
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El abismo de la nada

También nosotras morimos de años. También nosotras tememos al reloj. También nosotras aprendimos que, entre días y noches, a veces cabe la alegría, y a veces sólo la tristeza.

Supimos de arrugas que marcaron nuestras pieles arcillosas, y de grietas, hijas del tiempo, que nos dieron el privilegio de la sabiduría, pero también la conciencia de la vejez.

Cansadas ya de contar inviernos, lentos, tediosos inviernos, hace mucho que descubrimos que el silencio es peligroso: es la forma que la nada tiene de hablarnos.

Y cuando al fin, nuestras vigas, nuestros techos, empezaron a ceder ante el peso de mil memorias acurrucadas entre las tejas, cuando se quebraron y la mirada inconmovible de las estrellas entró en nuestros interiores, ese día comprendimos que el tiempo es un abismo del que rara vez se escapa.

Fotografía: Guada Caulín
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Hoy todo huele a silencio

Hoy todo huele a silencio.

El agua que arrastra hasta la piedras

una canción de color gris cansado.

Las nieblas que muerden los montes.

Varias aves que cantan desde inasibles rincones.

Un coche que pasa rasgando la bruma.

La lluvia que dibuja tristezas

sobre la piel del pantano.

Hoy el viento no es zarpazo;

no es ni siquiera caricia:

hoy es tan sólo un abismo,

amplio, callado, invisible.

Hoy la luz es portadora de nostalgias,

y se oxida un poco más con cada paso que se aleja.

Hoy todo huele a silencio.

Silencio: esa canción de nadie

que ya casi nunca escuchamos.

Fotografía: Guada Caulín

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Sombras, siluetas.

Avanzaba por la vida arrastrando una fría antología de derrotas junto a alguna dignidad y varias pequeñas victorias. Un millón de recuerdos con cuerpo de acuarela y la consistencia de un suspiro conformaban su tesoro más íntimo. Sombras, siluetas, sucesos que formaban el esqueleto de su pasado.

Así atravesaba los días, surcaba los meses, amontonaba los años. Dócilmente.

Poco a poco, en tardes llenas de calma que, siempre diferentes pero siempre iguales, se habían ido sucediendo— puesta de sol tras puesta de sol—, había ido olvidando lenta, muy lentamente en qué consistía el arte de la vida. Las viejas heridas del amor habían cicatrizado y acabaron por desaparecer. Ya ni rastro había de las huellas de mil pasiones que habían sido testigos de sus mejores noches.

La vida se le había convertido en una gris sucesión de jornadas encadenadas, sin más asomo de novedad que alguna punzada ocasional, algún recuerdo que amenazaba con volver de cuando en cuando (sombras, siluetas), algún resto de pasados naufragios que flotaba a la deriva devorado por el tiempo y por el sol.

Olvidado ya el arte de la vida, todo intento de alegría era perezosamente postergado para mañana. Y triste, muy triste era este caminar por pasillos de ceniza fría, pero más aún lo era su manera de enfrentar ese vacío: —No me importa—, se repetía una y otra vez. — No me importa.

Fotografía: Guada Caulín

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La espía

Jamás he vuelto a sentirme tan viva como durante aquel instante en el que salí de la habitación de aquel viejo general llevándome conmigo los secretos sobre sus planes. Hubiera gritado de euforia allí mismo.

Cuando me propusieron aquella locura un año antes me eché a temblar. Pero pronto descubrí que era buena. Muy buena.

Todo empezaba con la conversación: los temas precisos, con ciertas opiniones, a medio camino entre el atrevimiento y la controversia, solían ser el gancho perfecto para que se fijasen en mí. Mezclar las palabras con una frívola coquetería hacía que mis víctimas recordasen mi cara y mi nombre; así plantaba en ellos la semilla del deseo.

Pero también comprendí cuál era el arma perfecta de una buena espía. El golpe definitivo venía siempre desde la mirada.

Los gestos y las palabras contaban una historia, pero los ojos debían contar otra; debían convertirse en una invitación al misterio, en una bruma imposible de desentrañar, en un abismo donde caben todos los sueños del hombre.

Una vez logrado eso, aquellos pobres ilusos caían en mi red sin salvación posible.

Fotografía: Guada Caulín

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La luz de la noche

Las cuatro siluetas se alejaron, antorchas en mano y pronto fueron tragadas por el abrazo de la noche. Tras ellos dejaban el cadáver de aquel hombre, brutalmente apaleado sobre el suelo de aquella escondida ermita. Todos ellos sabían que las acusaciones de brujería que pesaban sobre él eran fruto de las supersticiones más infundadas y chabacanas, pero su origen incierto, sus extraños viajes, que solían alejarle de la aldea durante meses y la locura de su padre, habían sido el caldo de cultivo perfecto para que un temor irreverente y violento creciese entre la mayor parte de los vecinos.

Muchos estaban totalmente convencidos del origen satánico de aquel pobre diablo, pero no ellos cuatro. Ellos solo eran oportunistas. Su muerte dejaría una jugosa herencia sin nadie que la reclamase: las tierras que se extendían entre el molino y el camino del sur. Ellos acababan de llevar a cabo la tarea que todo el mundo reclamaba pero nadie se atrevía a hacer, así que se habían ganado el derecho a apropiarse de sus tierras.

Cuando el fulgor inexplicable surgió del interior de la ermita besando con fuerza los muros y llenando de luz por un instante aquel claro perdido del bosque, nadie fue testigo, pues nadie había ya por allí. Tampoco hubo nadie al día siguiente, ni al siguiente, ni en las semanas o meses que vinieron después. Nadie que pudiese preguntarse qué extraña fuerza había reclamado el cadáver aún caliente, y lo había hecho desvanecerse como una pluma en una tormenta.

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Sistemas de magia en la Literatura fantástica

Brandon Sanderson se ha convertido en uno de los grandes nombres de la literatura fantástica en los últimos tiempos. Con su capacidad creativa brutal y con su espartana seriedad para el trabajo (a libro por año desde hace un tiempo y sin que eso merme la calidad de sus obras), se ha convertido en todo un referente a nivel mundial.

Pero no hablaré aquí de su obra, si no de una de sus teorías, la de las leyes de la magia que nos describe cómo podemos encarar, como escritores, la creación y el desarrollo de un sistema de magia para nuestras novelas y nuestros mundos.

Existen tres de dichas leyes. Hoy hablaré brevemente de la primera ley:

La capacidad de un autor para resolver un conflicto con magia es directamente proporcional a lo bien que el lector haya comprendido dicha magia”.

Es decir, una novela debería ofrecer al lector una guía para saber qué pueden hacer los personajes gracias al uso de la magia. Deberían evitarse las acciones en las cuales un personaje salva una situación difícil o escapa de una amenaza usando un recurso que la magia pone a su alcance cuando nunca antes se ha mencionado dicho recurso en las páginas de la novela. Eso da empaque y coherencia al sistema de magia, lo que aumenta la credibilidad del mismo y, de paso, de toda la obra.

Si cada vez que el protagonista está en un apuro lo resuelve echando mano de un truco nuevo, el lector se sentirá defraudado, pues la magia se convierte en el salvavidas habitual del prota.

Por otro lado, Sanderson habla a grandes rasgos de dos sistemas de magia: dura y blanda. Hablamos de magia dura cuando sus límites y las normas que rigen su funcionamiento se explican con gran claridad y detalle. La alomancia que Sanderson describe en sus novelas de Nacidos de la bruma o la magia de simpatía en El nombre del viento, de Patrick Rothfuss serían dos ejemplos de magia dura.

En el otro extremo tenemos la magia blanda. En esta el funcionamiento general de la magia no se explica al lector, es una suerte de aura difusa que planea sobre las páginas sin una forma clara, envuelta en el misterio. La obra de Tolkien sería un buen ejemplo de este tipo de magia.

En el terreno intermedio tenemos también espacio para una mezcla de ambos tipos de magia. Esta tercera forma sería lo que podemos encontrar en Dugalia, donde las normas que regulan la magia (en este caso el uso del flujo) van apareciendo a pinceladas a lo largo de la obra, descubriendo poco a poco al lector algunas de las características del sistema mágico, pero sin delimitarlo demasiado.

Personalmente, me siento cómodo trabajando en un sistema como este, pues permite dibujar de manera somera tu sistema, definirlo a grandes rasgos, pero evita que el autor quede encorsetado por las normas como en la magia dura.

¿Y tú como lector? ¿Qué estilo de magia prefieres?

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Lecciones de un niño que supo cómo volar

La escritura de una novela es uno de esos proyectos que uno debe tomarse con calma, pues requiere de muchas horas sentado delante de la pantalla, mucha planificación, mucha constancia… Y también precisa mucha energía. En los últimos meses, toda esa energía la he estado dedicando a hacer avanzar la segunda parte de Nieblas sobre Utara, sin embargo, me gusta mantener siempre un pie dentro de ese hermoso paisaje que es la poesía, ya sea como lector o como escritor, así que de cuando en cuando, me siento un rato boli en mano para tratar de arrancarle al día (o a la noche) unos retazos de inspiración. Aquí va el fruto de uno de esos intentos.

Lecciones de un niño que supo cómo volar


Peter Pan me ha enseñado tantas cosas…
Me ha enseñado que puede haber belleza en la tristeza,
que los sueños no solo habitan en las camas,
que no todas las cosas caben en la palabra nunca.
Que uno puede caer por tratar de volar,
pero también aprender de la caída.
Me ha enseñado que las semillas de hoy
no son solo los frutos del mañana,
si no también el recuerdo de otras flores que ya disfrutaron de la lluvia,
sobre las cuales bailaron las abejas.
Que el tiempo siempre huye, y duele a veces
y quien se marcha no siempre guarda la palabra regreso en sus bolsillos,
(por más que la lleve escrita en un deseo).

Que la distancia pesa,
hiere y quema y lleva hacia el olvido
como un recién nacido lleva hacia la ternura,
pero que su mordisco no siempre alcanza a ser mortal.
Que algunas preguntas viven mejor sin respuestas ,
que el alma ocupa tanto espacio como tú quieras dejarle.

Peter Pan me enseñó, aunque tarde,
que crecer era una trampa.

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¿Qué tienen en común Gladiator, Caperucita Roja o El último mohicano? (II)

Cambio de planes.

Hemos recorrido ya el primer cuarto de la historia; aquí ocurrirá algo que transformará el deseo inicial del héroe, el que surgió con la oportunidad. Este nuevo cambio definirá el concepto de la historia, revelando la auténtica motivación del héroe. En este punto se crea (si la historia tiene gancho y es capaz de atraparnos) el deseo en la audiencia, que habrá conectado con el héroe y esperará que este consiga su objetivo al final del viaje.

Braveheart: los sueños del héroe se evaporan cuando los ingleses matan a su mujer. Este asesinato es el evento que dispara la acción y da lugar a una nueva situación.

FASE III: Progreso.

Durante el siguiente 25% de la historia, las acciones del héroe parecen llevarle por buen camino en la consecución de su objetivo final; todo marcha, es capaz de vencer todas las dificultades con las que se encuentra.

Braveheart: el fuego de la rebelión se extiende, primero al clan del héroe, después a clanes vecinos. La lucha contra los ingleses va adquiriendo proporciones mayores, pero el héroe y los suyos van venciendo en todas las batallas.

El punto de no retorno.

Más o menos hacia mitad de la historia se presenta la ocasión para que el héroe rechace la búsqueda: el sacrificio o los esfuerzos que se le piden son demasiado grandes, así que se presenta la ocasión para abandonar y volver a su mundo habitual, el que se nos presentó al comienzo de la historia. Sin embargo, un héroe es siempre un héroe, así que la decisión será quemar los barcos y seguir adelante, comprometiéndose con la búsqueda de su objetivo y rompiendo toda posibilidad de regresar al punto de partida en el futuro (tal vez regrese, pero algunas cosas habrán cambiado).

Braveheart: en nuestra historia, la vuelta al punto de partida es imposible (Murron está muerta, el héroe no puede recuperarla), pero Wallace sueña con ella y le confiesa su deseo de permanecer a su lado (la ocasión de rechazar su búsqueda adquiere aquí un carácter simbólico).

FASE IV: Los retos mayores.

Durante el siguiente 25% de la historia, y como resultado de la decisión de cruzar el umbral marcado por el punto de no retorno, el héroe llega a la fase en la que las dificultades se agudizan y los retos se vuelven más difíciles. Ahora el héroe tiene mucho más que perder en caso de fracasar. La tensión va creciendo durante esta fase, pues las circunstancias parecen alejarle de su objetivo, creando así mayor carga dramática.

Braveheart: la siguiente batalla a campo abierto contra los ingleses acaba con derrota para el héroe, algunos de sus aliados mueren en la pelea. Además descubre la traición de uno de sus principales aliados. Las dificultades van en aumento, los retos son cada vez mayores.

La derrota.

Con el 90% de la historia transcurrida, es el momento de que las cosas se pongan feas de verdad para nuestro héroe. Uso la cursiva para el nombre de este punto de la estructura, pues no es una derrota definitiva, tan solo un escollo, pero en este momento del relato, parece insalvable, un desastre definitivo que acabará con las posibilidades del héroe de alcanzar la cima.

Es el punto de máxima separación entre el héroe y su objetivo. Todo parece perdido. La audiencia se desespera (momento kleenex) ante el fracaso del protagonista. Entonces este deberá hacer un último esfuerzo, una apuesta al todo o nada para superar esta derrota.

Braveheart: los nobles traicionan al héroe y este cae prisionero de los ingleses.

FASE V: El gran sacrificio final.

El héroe lo arriesgará todo en una muestra sin precedentes de valor y fuerza para alcanzar al fin el objetivo, el deseo. En esta fase el grado de conflicto alcanza el punto álgido, el ritmo se acelera, la tensión es máxima hasta alcanzar el siguiente punto.

El climax.

Ocurrirá hacia el 90 y el 99% de la historia. Varios acontecimientos tendrán lugar en esta fase: el héroe supera el obstáculo más grande que encuentra en toda la historia, escoge o labra su propio destino sobreponiéndose a las circunstancias y resuelve por fin su motivación principal al alcanzar su deseo. El círculo se ha cerrado.

El climax puede tener lugar en cualquier punto de ese último 10% de la historia, según el tipo de relato que estemos presenciando; ese punto exacto dependerá del espacio necesario para la última fase.

Braveheart: tiene lugar el juicio y la posterior ejecución. En este caso, estamos ante un desenlace dramático, pues el héroe muere.

FASE VI: El desenlace.

Pocas historias terminan en el momento exacto en el que el héroe alcanza el objetivo. Tras el climax, todo vuelve a un ritmo más tranquilo y se presenta a la audiencia la nueva realidad del héroe, que, ha completado su viaje y ha logrado su objetivo.

Algunas historias requieren poca explicación una vez pasado el climax (Rocky, Matrix), pues este deja la historia en su punto más alto, causando emoción o asombro en la audiencia; en ellas el climax tiene lugar muy cerca del final. Otras historias, sin embargo, necesitan ese pequeño hueco al final para revelar algo de información, cerrar la historia o aclarar hechos o eventos que, de no ser explicados, dejarían la historia sin concluir (Titanic, La vida es bella, Tomates verdes fritos…).

Braveheart: tras el climax (muerte del héroe gritando por la libertad), los últimos minutos nos muestran una nueva batalla, la de Bannockburn, tras la cual, Escocia al fin gana su independencia, lográndose así el sueño del héroe y quedando la historia cerrada y redonda.

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